Hacia la primavera de 1982, William S. Burroughs, al que Norman Mailer definió como “el único novelista americano poseído por el genio”, había reunido el dinero suficiente para comprar la casa que había elegido para echar raíces hasta que lo llevara la muerte, una “kit house” de madera blanca construida en 1920 y emplazada en Leonard Avenue, en el infartado corazón de Lawrence, Texas. Según su manager, editor y amigo James Grauerholz, “era la primera vez desde 1948 que él era dueño de una propiedad”. Trabajando en su soleado dormitorio, Burroughs empezó a escribir allí “Las Tierras Occidentales”, como llamaban los egipcios al paraíso en la vida futura.
Grauerholz revela en “Word Virus: The William S. Burroughs Reader” que la novela comienza con su exégesis del concepto egipcio de las Siete Almas: “Burroughs tomó la descripción de las almas que hizo Mailer en ‘Ancient Evenings’ y las hizo propias. Después de la muerte, tres de las almas abandonan al sujeto, pero algunas se quedan para guiarlo en su peligroso viaje a través del Duad -un río de excremento- y de la Tierra de los Muertos del purgatorio hasta las Tierras Occidentales, de feliz inmortalidad”.
El Cuenco de Plata acaba de reeditar “Tierras Occidentales” (1987) de la mano de la traducción insuperable de José Manuel Alvarez Florez, una novela que cierra lo que se conoce como The Red Night Trilogy, cuyos antecesores “El Lugar de los Caminos Muertos” (1981) y “Ciudades de la Noche Roja” (1984) también fueron resucitados oportunamente y con honores por el mismo sello editorial.
“Burroughs parece deleitarse con un nuevo medio, un medio totalmente fantástico, sin espacio y sin tiempo en el que se fractura la sentencia normal y lo cósmico trata de atravesar la avaricia”, fue la reacción de otro heavyweight literario, Anthony Burgess, tras leer el libro. Más directo por su apego a las armas y devoción fue lo que soltó Hunter S. Thompson: “William era un tirador, él disparaba como escribía: con extrema precisión y sin miedo”.

Aunque dotado de un humor ácido que llevó a Jack Kerouac a considerarlo como “el más grande los escritores satíricos desde Jonathan Swift”, Burroughs libera en el libro una meditación profunda y reveladora sobre la muerte y la soledad, un viaje a través de un inquietante universo de peligro y, a la vez, de una belleza ultraterrena en vísperas del ocaso atómico.
“Dicen que a Adán lo hicieron con barro”, escribe Burroughs en las páginas del libro. “Pues bien, a Zed Barnes lo hicieron con mierda de buitre. No hay nada tan sucio que Dios no le ponga las manos encima para hacer más criaturas que compren su mierda y la produzcan. ‘Creced y multiplicaos’”.
“Yo escupo al Dios Cristiano”, se lee en otra página. “Cuando el Dios Blanco llegó con los españoles, los indios trajeron frutas y tortas de maíz y chocolate. El Dios Cristiano Blanco procedió a cortarles las manos. ¿Acaso no era responsable de los conquistadores cristianos? Sí, lo era. Dios es responsable de sus adoradores”.
“Las Tierras Occidentales” no sólo es su mejor novela, un facsímil del escritor (en 1995 llegaría “Ghost Of Chance”, donde convierte a Cristo en un agente extraterrestre), sino también el blanco de sus obsesiones: la devastación del medio ambiente, los virus creados por las corporaciones (¿acaso una iluminada respuesta ficcionaria al origen del coronavirus?), las drogas, la paranoia, sus gatos, la homosexualidad, los lémures y el álgebra de la necesidad.

“El peligro es una necesidad biológica para los hombres, como el dormir y los sueños”, dispara, cabalgando el viento como un buitre. “Si te enfrentas a la muerte, en ese momento, durante el periodo de enfrentamiento directo, eres inmortal. Para las clases medias occidentales el peligro es una rareza y brota sólo como una sorpresa súbita e imprevista. Y, sin embargo, todos estamos siempre en peligro, puesto que nuestra muerte existe: Mektoub, está escrito, esperando para desplegar la apariencia de reconocimiento sorprendido (…). Don Juan dice que todo hombre lleva siempre consigo su propia muerte”.
Una muerte que, como la suya, lo sorprendió a medias el 2 de agosto de 1997 en su casa de madera blanca en Lawrence. La noche anterior, antes de ingresar al inexorable sueño eterno que le estaba predestinado, Burroughs alcanzó el satori final y garabateó con pulso tembloroso desde la cama su último legado: “Amor, ¿qué es eso? El calmante más natural que hay. AMOR”.