A fines del siglo XVIII, en conflictos europeos, se enfrentan Francia e Inglaterra y se ve arrastrada España aliada, en silencio, de la primera. Su repercusión en el Río de la Plata desencadenará, poco después, una serie de acontecimientos decisivos para la historia de la Patria que, además de afectar sensiblemente el sistema colonial hispano, darán a nuestro pueblo la primera oportunidad de manifestar su soberanía. Entonces, Manuel Belgrano hace sus primeros ensayos militares.
Las colonias del Río de la Plata se hallaban amenazadas por la posible invasión de una potencia extranjera; se temía especialmente una agresión portuguesa o británica, naciones entonces aliadas. En previsión de tales hechos y obedeciendo órdenes expresas de la Corona, el Virrey Melo de Portugal y Villena, toma las medidas defensivas pertinentes, entre ellas, la designación de Belgrano como Capitán de Milicias Urbanas de Infantería, el 7 de marzo de 1797. Por el momento, ese será un empleo honorífico, ya que aún no tendrá posibilidad de una actuación directa.
Pero apenas iniciado el siglo XIX, la ruptura de España con Gran Bretaña es inminente y esta última, ante la necesidad de mercados exteriores, se lanza en expediciones armadas hacia la América española, para abrir nuevas plazas al comercio inglés. La Corte de España, conociendo el peligro en que se hallan sus posesiones ultramarinas, ordena la organización de la defensa, aunque el Plata, en todo caso, carece de tropas veteranas en número suficiente.
Cuando a principios de junio de 1806, el vigía de Maldonado avista la presencia de naves enemigas, el entonces Virrey Marqués de Sobremonte, reconcentra en la Banda Oriental las tropas regulares y en la Capital sólo toma medidas con relación a las milicias. Así, el día 9 de aquel mes y año, Belgrano es designado capitán graduado agregado al Batallón de Milicias urbanas de Buenos Aires. Se le ordena la formación de una compañía de caballería con jóvenes del comercio, y se le indica además que, al efecto, se le darán oficiales veteranos para la instrucción de aquella: “Los busqué [dice sin embargo Belgrano] no los encontré, porque era mucho el odio que había a la milicia en Buenos Aires; con el cual no se había dejado de dar algunos golpes a los que ejercían la autoridad, o tal vez a esta misma que manifestaba demasiado su debilidad”.
Casi sin dificultad, los ingleses desembarcan en Quilmes el día 26 de junio, debiendo enfrentar sólo a algunos centenares de milicianos pésimamente instruidos. Ciertamente, las defensas de la ciudad, pese a contar con cerca de 50.000 habitantes, son casi nulas y las autoridades incapaces de evitar la indisciplina general e ignorantes de cualquier apresto defensivo. A través de su Autobiografía, el prócer nos recuerda con cuánta indignación vivió aquellos momentos: “Se tocó la alarma general y conducido del honor volé a la fortaleza, punto de reunión: allí no había orden ni concierto en cosa alguna, como debía suceder en grupos de hombres ignorantes de toda disciplina y sin subordinación alguna: allí se formaron las compañías, y yo fui agregado a una de ellas, avergonzado de ignorar hasta los rudimentos más triviales de la milicia, […] no habiendo tropas veteranas ni milicias disciplinadas que oponer al enemigo, venció éste todos los pasos con la mayor felicidad […] todavía fue mayor mi incomodidad cuando vi entrar las tropas enemigas y su despreciable número […] no se apartó de mi imaginación y poco faltó para que me hubiese hecho perder la cabeza: me era muy doloroso ver a mi Patria bajo otra dominación”.
Las tropas inglesas comandadas por William Carr Beresford, se dirigen sobre la capital, en tanto el Virrey Sobremonte, estimando inútil toda defensa, dispone el envío de los caudales al interior y se retira hacia Córdoba. Pero los tesoros no se ponen a salvo y el día 27 los invasores ocupan el fuerte de Buenos Aires. Se firma la capitulación el 2 de julio. El jefe inglés, toma entonces el juramento de fidelidad a su Majestad Británica de las autoridades civiles y militares de la plaza, entre los que se encuentra Belgrano: “Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires casi como fugado; porque el general se había propuesto que yo prestase juramento, habiendo repetido que luego que sanase lo fuera a ejecutar: y pasé a la banda septentrional del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes”.
Pero pronto, la ciudad se transforma en punto neurálgico de conspiraciones y planes, a fin de acabar con el dominio inglés. Los criollos de la ciudad y la campaña organizan las acciones, encabezados por tropas formadas en Montevideo al mando de Santiago de Liniers.
Belgrano se entera en su retiro del proyecto y cuando se dispone a pasar a la capital para participar en la lucha, recibe la noticia de la heroica Reconquista de Buenos Aires del día 12 de agosto. Beresford capitula y Belgrano se apresta a retornar.
En medio del regocijo popular, un cabildo abierto reunido el 14 de ese mes, quita, al desprestigiado Virrey, el mando militar de Buenos Aires, que debe delegarlo en Liniers, y dispone la organización de cuerpos armados para asegurar la defensa de la plaza. El pueblo soberano se ha pronunciado dañando para siempre el sistema colonial.
Los habitantes de Buenos Aires comienzan a agruparse según su origen, en cuerpos de voluntarios bajo la dirección de Liniers. Belgrano participa activamente en la formación de los mismos. En tanto, que decide tomar lecciones básicas sobre milicias y del manejo de armas.
“Todo fue obra de pocos días [agrega] me contraje como debía, con el desengaño que había tenido en la primera operación militar, de que no era lo mismo vestir el uniforme de tal, que serlo.”
Con mayor celo aún, se contrae al estudio de esa carrera cuando, por elección de las Compañías de Patricios, es destacado como su sargento mayor. Oficialmente fue designado como sargento mayor de la Legión de Patricios voluntarios urbanos de Buenos Aires, el 8 de octubre de 1806.
La repercusión en Londres del triunfo inicial de la expedición, mueve a los británicos a extender esas acciones a otros puntos del continente. Pero luego, la noticia de la reconquista criolla, hace que el grueso de sus fuerzas se destine al Río de la Plata.
A fines de 1806, una nueva expedición inglesa se acerca a nuestras costas. El 3 de febrero de 1807, conducidos por el Brigadier General Samuel Auchmuty, entran en Montevideo y la plaza cae heroicamente, a pesar de los refuerzos que se le envían desde Buenos Aires. Con aquellas tropas de auxilio, en gran número Patricios, se prepara a marchar Belgrano; sin embargo, la oficialidad estima que no conviene de ningún modo su salida ya que se teme que el cuerpo se desorganice sin su presencia.
Pero para entonces, la necesidad de asumir nuevamente el empleo de Secretario del Consulado es una de las causas que lo llevan a solicitar su baja “quedando [dice Belgrano] por oferta mía, dispuesto a servir en cualquier acción de guerra que se presentase, dónde y cómo el gobierno quisiera”.
Una Junta de Guerra integrada por representantes del Cabildo, la Audiencia y los jefes de las milicias recientemente organizadas en Buenos Aires, suspende al Virrey que ha actuado ineficazmente en la defensa de Montevideo. La Audiencia asume el poder político y Liniers es confirmado Comandante Militar de Buenos Aires.
Cuando termina el otoño de 1807, los ingleses han asegurado la posesión de Maldonado, Montevideo y Colonia en la Banda Oriental, con más de 10.000 hombres y una poderosa flota de apoyo. El 28 de junio, el Teniente General John Whitelocke a cargo de las operaciones, desembarca sus tropas en las inmediaciones de la Ensenada de Barragán e inicia la marcha hacia la capital que preparaba su defensa con poco más de 8.000 hombres. Entre ellos, revista Manuel Belgrano, como Ayudante de Campo del Cuartel Maestre General Balbiani.
El desconcierto de los porteños ante la derrota en los Corrales de Miserere el día 2 de julio, no hiere demasiado los ánimos y bajo la dirección del Cabildo con Martín de Alzaga y Liniers luego, ofrecen sus vidas en heroica defensa. Belgrano participa en ella con arrojo, según la consideración de su propio jefe: “Estuvo pronto al toque de generala, salió a campaña, donde ejecutó mis órdenes con el mayor acierto en las diferentes posiciones de mi columna, dando con su ejemplo mayores estímulos a su distinguido cuerpo, me asistió en la retirada hasta la colocación de los cañones en la plaza, tuvo a su cargo la apertura de la zanja en las calles de San Francisco para la mejor defensa de la plaza, y lo destiné a vigilar y hacer observar el mejor arreglo de las calles inmediatas a Santo Domingo, donde ha acreditado su presencia de espíritu y nociones nada vulgares con el mejor celo y eficiencia para la seguridad de la plaza, hallándose en ellos hasta la rendición del general de brigada Crawford, con su plana mayor y restos de la columna de su mando abrigada en el convento de dicho Santo Domingo”.
Efectivamente, el 6 de julio Whitelocke capitula. La Revolución había germinado en el espíritu de aquellos valientes defensores. Los nativos armados, sin auxilios posibles de la Metrópoli, orgullosos vencedores, llenos de gloria, habían dado pruebas suficientes de su conciencia formada. El sistema colonial español se halla en crisis, aunque para entonces, la independencia de estos dominios se considera remota, tal vez, un anhelo impensado. De esa manera lo estima Belgrano, al conversar en prolijo francés, con el Brigadier General Crawford ya prisionero, ambos coinciden en que aunque mediara la protección de Inglaterra “nos faltaba mucho para aspirar a la empresa”, y el inglés la posterga en un siglo. “Pero, pasa un año, y he ahí que sin que nosotros hubiésemos trabajado para ser independientes, Dios mismo nos presenta la ocasión”.
Instituto Nacional Belgraniano