El domingo por la mañana se conoció una triste noticia: a los 84 años murió el actor Rodolfo Bebán. El artista se encontraba alejado del trabajo artístico hace tiempo y se encontraba internado en un geriátrico.
El deceso del artista, de destacada trayectoria en cine, televisión y teatro se produjo el sábado por la noche y se confirmó que no habrá velatorio. Desde la Asociación Argentina de Actores, donde estaba afiliado desde 1962, se lo despidió confirmando la triste noticia.
Rodolfo Bebán habría pasado por un cuadro de depresión y poco se sabía de él en el último tiempo. Su última aparición pública fue para Pol-Ka en 2014.El galán pasó sus últimos días en el olvido, recordando al actor que fue durante las décadas del 60, 70 y 80», se informó en su momento en el ciclo A la Tarde, América Tv.
Rodolfo Bebán, cuyo nombre real era Rodolfo Tilli, nació el 25 de mayo de 1938 en Ciudadela, provincia de Buenos Aires, pero buena parte de su infancia y adolescencia la vivó en el partido de Morón.
Fue en Morón, donde siempre vivió su madre y residían sus mejores amigos. Pasó su infancia muy lejos de cualquier atisbo de vocación artística, entre deportes y salidas nocturnas a reductos tangueros. El primer deslumbramiento le llegó con Virulazo. Desde allí, bailar tango se convirtió en uno de sus grandes disfrutes, que no pudo continuar cuando le llegó la fama. “Ya no es tan cómodo, tan agradable ir a un lugar público a bailar. Una cosa es ser alguien del montón y otra hacer firuletes cuando todos te están mirando”, se lamentó ante LA NACION en 2014. También le gustaba mucho la esgrima, pero también tuvo que abandonarla. “Iba gente a verme porque era la figurita de la televisión. Dejé de hacerlo. Soy muy tímido”, admitió.
La actriz Claudia Lapacó, quien fue su esposa entre 1966–1970, hizo una obra teatral con él en 2011 y fue la última vez que se vieron.Otra gran actriz, Gabriela Gilli, fue el gran amor del actor, a quien conoció haciendo la novela Malevo y tuvieron tres hijos y estuvieron juntos 17 años.Gabriela Gilli falleció por depresión en 1991 y eso lo afectó mucho al galán que supo brillar en destacadas participaciones en TV, teatro y cine.
Fue durante los años ’60 que Rodolfo Bebán apareció en la escena nacional como uno de los galanes más preciados, por su porte, gestos y seducción; valores y atributos varoniles de aquella época que el público femenino rendía culto.
El momento de mayor popularidad de toda la carrera artística de RodolfoBebán, quien representó en forma destacada aquel clima de época a través de varios de sus personajes que lo llevaron a la fama y al prestigio.
Su vida real no era de ese modo; se reconocía muy serie y poco divertido, con dosis de timidez y nunca arrogante. Sin embargo, su trato con la prensa fue al menos algo distante y se recuerda que alguna vez afirmó: “La manera en que llegó la popularidad a mi carrera me dejó algunas secuelas. Fue algo muy rápido”, reconoció. A la vez, se mostró siempre en contra de “ir a opinar cualquier cosa” a los medios.
Uno de los momentos de mayor popularidad fue en los años 90, cuando se puso en la piel de Marco, El Candidato y fue su último gran protagónico en la televisión junto a Hugo Moser.
Su entrada al mundo del espectáculo llegó por casualidad, o quizás no. Cuando estaba a punto de viajar a Córdoba para hacer la carrera de piloto de aviación, decidió acompañar a un amigo a una prueba de actuación convocada frente a la Municipalidad de Morón.
La obra era Fuenteovejuna y Bebán finalmente se quedó con el personaje. “Desde ese día el escenario se me impuso como algo irreversible y no me pude apartar más. Me la jugué”, reconoció años más tarde. Era lo último que esperaba su madre, que se había separado de Miguel Bebán, el padre de Rodolfo, justamente por culpa del teatro.
“A mi padre lo vi pocas veces en mi vida, como actor. Era muy severo en sus críticas. Tenerlo fue un desafío y creo que finalmente se sintió orgulloso de su hijo, aunque nunca me lo dijo”, confesó tiempo después.
Miguel Bebán fue el responsable en 1969 de uno de los grandes momentos televisivos de su hijo como encargado de la dirección y puesta en escena de una versión de Otelo, emitida por Canal 13. Fue la última de las grandes apuestas de ese tipo que hizo la emisora afincada en el barrio de Constitución.
Por entonces ya tenía un reconocimiento bien ganado como sólido actor teatral y una popularidad que no dejaba de crecer gracias a sus apariciones televisivas. Sin embargo, el espaldarazo vino de Canal 13 cuando se sumó –casi de casualidad- al emblemático elenco de El amor tiene cara de mujer. Cuentan los que saben que lo fueron a buscar a su casa de Castelar; debutó en mayo de 1965. A partir de ahí su vida artística comenzó a crecer.
A comienzos de los años 60 viajó a Europa y paseó un tiempo sin trabajar y cuando se preveía su regreso, alguien lo reconoció mientras caminaba por la Plaza Mayor de Madrid y allí nació una propuesta de recorrer España y sus teatros con textos de Orestiada de Esequilo y que afianzó su amor por el teatro y la actuación.
El regreso al país y el llamado a trabajar en televisión, fue determinante para el destino de galán y gran actor.
de la TV determinaron de allí en más el destino de su carrera. Actuar en obras clásicas era su estado ideal. “Mi gran amor es el teatro. Nací y me crié en él. Cuando no lo hago, lo extraño. Sin embargo, tengo que reconocer que la televisión es la que me dio notoriedad y la posibilidad de grandes trabajos. No puedo escupir contra el viento”, dijo en 2014.
En el teatro se lo encontró interpretando un personaje de Lorenzaccio de Alfred de Musset que interpretó junto a Alfredo Alcóncon la dirección de Omar Grasso y a Un guapo del 900, de Samuel Eichelbaum, una de sus apariciones más logradas en el teatro.
En TV compartió elogios junto a José María Langlais, Eduardo Rudy y Jorge Barreiro en la recordada tira Cuatro hombres para Eva, que llegó inmediatamente después de El amor tiene cara de mujer y con el mismo éxito a la pantalla chica de mediados de la década del 60, de la mano de NenéCascallar y fue en 1966 hizo también para la TV una recordada versión de Romeo y Julieta con Evangelina Salazar y dirección de María Herminia Avellaneda.

A fines de esa década conoció a Gabriela Gili, con quien mantuvo un profundo y extenso vínculo personal y artístico. Fue el amor de su vida. El gran éxito de la dupla Bebán-Gili había sido Malevo, una historia de guapos escrita por Abel Santa Cruz que le sacaba el máximo provecho a la estampa recia y varonil junto a sus dotes de actor queconservó en toda su trayectoria, de 1972 a 1975, cosechando elevadas cifras de rating. Luego protagonizaron el fallido melodrama No hace falta quererte y se recuperaron con un regreso a las fuentes de Malevo. En El cuarteador. En esa serie Rodolfo Bebánpersonificó a Prudencio Navarro, un “duro con los guapos y tierno para el amor”. En la década siguiente, Bebán volvería a ese mundo de la mano de Abel Santa Cruz, con Nazareno Reyes.
En los años 80 fue la figura de adaptaciones de textos clásicos del teatro y la literatura en producciones unitarias o con formato de miniserie. Entre estas últimas se destacó Cumbres borrascosas, que actuó junto a Alicia Bruzzo. En 1989 se convirtió en protagonista de una telecomedia, Los otros y nosotros, escrita Rodolfo Ledo.
Allí, Bebán y Silvia Montanari interpretaban a una pareja (ella separada, él viudo) con siete hijos adolescentes sumados entre los dos. La pareja se ocupó personalmente de elegir al elenco juvenil, del que participaron los entonces casi desconocidos Adrián Suar, Florencia Peña, Diego Torres y Gloria Carrá, entre otros.
El último gran éxito televisivo de Bebán fue El precio del poder (1992), nacido de la pluma de Hugo Moser, en el que el actor fue un inescrupuloso empresario llamado Lucio Santini y que tuvo de compañera de elenco a la gran OgaZubarry; desde allí se lanzaron denuncias contra la corrupción y el narcolavado.
Autor y actor volverían a encontrarse un par de años después con el mucho menos exitoso Marco, el candidato, retrato de un político honesto que, como dijimos, llevó a algunos a imaginar en vano que Bebán podría pasar en ese terreno de la ficción a la realidad.
Después encarnó a un periodista de investigación en El signo, junto a Pablo Echarri, fue detective de Homicidios en Ciudad de pobres corazones y en 2014 tuvo su primera y única experiencia en una telenovela de emisión diaria, Camino al amor, con la que cumplió una vieja promesa que le había hecho al productor Enrique Estevanez. “Yo nunca antes había hecho una tira, siempre en programas semanales. ¡Esto es terrible! El trabajo es agotador, y la verdad es que lo paso mal,pero me la banco”, confesó.
Su amor por el teatro, un lugar al que siempre tenía decidido volver, actuó en Extraña pareja que compartió con Palito Ortega en 1966, dos años antes de que la gran comedia de Neil Simon llegara al cine con Jack Lemmon y Walter Matthau en los mismos papeles. Muchos lo recuerdan como figura central de Las mariposas son libres, en compañía de la entonces debutante Susana Giménez, y se destacó en El sable, de Pacho O’Donnell, donde fue un anciano Juan Manuel de Rosas, retomando el mismo personaje que, con una impronta más joven, llevó al cine en 1972 de la mano de Manuel Antín.
Un año después protagonizó su más importante éxito en la pantalla grande, el Juan Moreira dirigido por Leonardo Favio. Aunque varios críticos dijeron en su momento que su estampa no respondía en principio a las características del personaje, la película encontró un masivo respaldo popular. Lo mismo había ocurrido algunos años antes con apariciones suyas en films de otro perfil como Matrimonio a la argentina y Los muchachos de antes no usaban gomina, ambas de Enrique Carreras.
La última y feliz imagen que guardamos de Bebán es la del premiado filósofo que se reencuentra después de muchos años (en la ficción y en la realidad) con un viejo colega y amigo encarnado por Alfredo Alcón en Filosofía de vida, una de las puestas más celebradas de la última década en el circuito comercial porteño, de la que también participó Claudia Lapacó.
“Ser fiel a uno mismo requiere de una gran responsabilidad –dijo en una ocasión-. No siempre es el camino más sencillo. Pretendo nunca tener que traicionarme a mí mismo”. Fiel a ese mandato y a un temperamento que no quiso cambiar, llevó en los últimos tiempos hasta las últimas consecuencias su voluntad de alejarse de la vida pública y dejar de ser visto.
(Información suministrada por Marcelo Stiletano)