La odisea cinematográfica del mítico John Connor luchando contra una máquina humanoide, personificada por Arnold Schwarzenegger y construida por una gran computadora, representa una realidad cada vez menos difusa.
En nuestra región, ya no la revolución, sino la evolución industrial tendrá en un corto y mediano plazo, desafíos muy importantes que encarar si es que pretende avanzar.
Hoy en día el objetivo ya no debería centrarse solamente en fabricar artefactos, sino en diseñar las mismas máquinas que crean esos productos.
Crear cosas que fabriquen cosas
Un producto terminado lleva muchos pasos intermedios hasta llegar a la estantería o el mostrador.
Los granos cosechados necesitaron de sembradoras, agroquímicos, regadores, cosechadoras, camiones o trenes y plantas procesadoras para obtener un producto delicadamente envuelto y presentado para su consumo.
Un tornillo, minúscula pieza que luego forma parte de otro artefacto mucho más complejo, necesita de otras máquinas que lo fabriquen. A su vez, estas mismas máquinas necesitan de otros aparatos más complejos, robots que les dicen, en donde el ser humano tiene cada vez menos intervención.
Pero el desafío, más allá de la especialización e instrucción que se necesita para operar sistemas cada vez más sofisticados, radica en quien o quienes siguen teniendo la supremacía en las nuevas tecnologías.
En nuestro país, un tornillo lo fabricaba una estampadora, torno o balancín, máquinas más complejas que en buena medida se producían aquí.
Luego, la modernización y globalización mal entendida, hizo que muchos de esos productos ya no fueran suficientes; automatizaciones, actualizaciones, nuevos materiales y controles electrónicos, todos producidos en otros lugares, los convirtieron en obsoletos, por no brindar una escala de costos competitiva.
El ejemplo más claro lo tenemos en las fábricas automotrices y telefónicas, donde es muy común ver los robots japoneses o norteamericanos, construir autos y teléfonos “nacionales”, o ver con que velocidad se crea un chip o procesador, con maquinaria precisa y veloz, pero que muy pocos países las saben hacer.
Hace pocos días se anunció la apertura de una nueva carrera en la Universidad Nacional de San Martín: ingeniería espacial. Esta carrera será la única de su tipo en Latinoamérica y no deja de ser una excelente noticia.
Pero el déficit seguirá existiendo en los equipos que esos mismos ingenieros diseñarán o proyectarán, el “know how” de sus entrañas seguirá estando en otras manos.
Y en este caso el libre mercado o la oferta y la demanda en diseños sensibles no están a la venta.
Ni hablar de elementos de medicina o tecnologías de vanguardia, podemos obtener grandes logros científicos y hasta cirugías a distancia, pero los instrumentos siguen siendo foráneos, y difícilmente estemos en condiciones de producirlos tanto nosotros como alguno de nuestros vecinos.
El objetivo, por una simple razón estratégica, sería, como en el caso de la ya antigua película, la de poder crear tecnología que fabrique tecnología.
Tener un Terminator (pero bueno) producido en el país, con máquinas y sus componentes operativos también locales suena a utopía, pero utopía material, económica y estratégicamente necesaria, de manera que si algo se pudiese mejorar o cambiar, tengamos el personal y los componentes para saber cómo, dónde y de qué manera hacerlo.