Marcelo Daniel Massad fue uno de los 649 soldados argentinos que murieron en las Islas. Sus jóvenes sueños se dividían entre su deseo de convertirse en contador público y el de defender el arco de la Primera División de Banfield, club en el que se formaba cuando fue llamado a defender a la Patria.
Hay heridas que se mantienen abiertas y ciertas lágrimas no se secan a pesar del correr de los años. La historia de Marcelo Daniel Massad, uno de los 649 soldados argentinos que murieron en las Islas Malvinas, es un claro ejemplo de heroísmo, pero sobre todas las cosas, de un profundo valor humano digno de contar.
“Dani” Massad nació el 31 de diciembre de 1962, en una clínica en Lomas de Zamora. Hijo de Said Osvaldo “Coco” Massad y de Dalal Abd de Massad, ambos de ascendencia siria, y el mayor de sus hermanas Yamilé y Kamila.
Quienes lo conocieron, lo recuerdan como muy buen amigo, gran compañero y destacado alumno, quien desde temprana edad mostró tener grandes aptitudes tanto para los deportes como para el estudio.
Su primera etapa educativa la realizó en el Lincoln Collage. Allí, al llegar al séptimo grado, fue distinguido con una medalla como “mejor compañero”. La segunda parte, fue en el Colegio San Andrés, entidad de la que egresó con el título de Bachiller.
Sus jóvenes sueños se dividían entre su deseo de convertirse en contador público y el de defender el arco de la Primera División del Club Atlético Banfield, entidad en la que se formaba como guardametas y en donde jugó hasta que fue llamado para defender a la Patria.
“Dicen que en la Quinta División hay un arquero que será el nuevo Ricardo La Volpe”, sostenían aquellos fanáticos de seguir de cerca el semillero para descubrir a sus futuros ídolos. Por aquel entonces, Banfield era un barrio de casas bajas y techos rojos, identidad que mantuvo hasta hace no muy poco, antes de perder la pelea con las torres que fueron comiéndose -y siguen haciéndolo- gran parte de su geografía mágica identitaria.
Y si hay una cuestión innegable a pesar de sus cortos 19 años de edad, es que su vida iba en la dirección que él quería. Mientras “Dani” tapaba bajo los tres palos todo lo que le tiraban los delanteros rivales, también había logrado aprobar el ingreso a la Facultad de Ciencias Económicas con una de las ocho mejores notas de entre 500 aspirantes.
“Colimba”
Más allá de sus intenciones, el 23 de marzo de 1981, fue convocado para incorporarse al Servicio Militar Obligatorio en el Regimiento de Infantería Mecanizado de La Plata “Coronel Conde” y cumplir de ese modo con su instrucción junto a la Clase 62.
El viernes 2 de abril de 1982, mientras desayunaba junto a su familia en Banfield, y con la cabeza puesta en lo que sería el regreso a la repartición platense después de ese fin de semana para que le firmaran la baja por haber cumplido con el plazo estipulado, el comunicado de la Junta Militar trastocaría sus planes: “La República por intermedio de sus Fuerzas Armadas, mediante la concreción exitosa de una operación conjunta ha recuperado la soberanía sobre las Islas Malvinas, Sándwich y Georgias del Sur y sus espacios marítimos y aéreos”.

Como era de esperarse ante tamaña novedad, las bajas quedaban suspendidas provisoriamente y una semana más tarde, para el domingo de Pascua, la familia Massad se encontraría en el cuartel para compartir un momento ameno entre mates y la infaltable rosca con crema pastelera. Aquella fue la última vez que Dani, sus padres y sus hermanas, estarían todos juntos.
Veinticuatro horas después, llamó a casa para que le llevaran ” abrigo y chocolates” y el 14 de abril, llegaría a Puerto Argentino.
Desde allí enviaba cartas a sus padres. La primera llegó el 22 de abril donde solicitaba que le enviaran una cámara de fotos y muchos rollos para poder “guardar muchos recuerdos”.
En otra, realizaba un pedido particular: “Vayan al club y díganle al profe que me reserve el arco. Que lo voy a defender como defiendo a la Patria”.
Heroica acción
Marcelo Massad cayó en combate durante el último día del conflicto bélico. Más precisamente, durante la noche del 11 de junio de 1982, en Monte Longdon, último bastión que Inglaterra debe sortear para tomar Puerto Argentino y en donde se produjo uno de los combates más sangrientos de la guerra.
Mientras recibía la orden de replegarse, este pibe, de 19 años, con una promisoria carrera en el fútbol y el boleto para estudiar lo que le apasionaba, decidió hacer caso omiso a ella al identificar a un grupo de compañeros que había quedado aislado sin escucharla.
Llegó corriendo hasta la trinchera para avisarle a esos rezagados que había que salir de ahí urgente, que la resistencia ya era imposible de sostener ante el avance enemigo.
Mientras los conscriptos corren cuesta arriba, una ametralladora rompe el silencioso caos de fuego cruzado. La ráfaga, certera, lo alejó de sus proyectos de vida para siempre, lo alcanzó a la altura del pecho y lo dejó para siempre en suelo malvinense.
Un rosario bicolor
Al momento de morir, Daniel llevaba consigo un rosario bastante particular. Una mitad, de color blanco, correspondía al que su madre le había colgado al cuello segundos antes de partir rumbo a las Islas Malvinas. La otra, de color marrón, era el que le había proporcionado el Ejército Argentino. Él, unió ambos y confeccionó uno nuevo, bicolor, que siempre llevó consigo hasta el último instante de su vida.
Asimismo, en uno de los bolsillos de su chaqueta, sus compañeros encontraron un poema escrito por el propio Massad y a un definido destinatario: “Escucha, Dios”.
Escucha Dios:
Yo nunca hablé contigo, Hoy quiero saludarte: ¿Cómo estás?
¿Tú sabes? Me decían que no existes, y yo, tonto, creí que era verdad.
Anoche vi tu cielo. Me encontraba oculto en un hoyo de granada…
¡Quién iría a creer que para verte bastara con tenderse uno de espaldas!
No sé si aún querrás darme la mano; al menos, creo que me entiendes.
Es raro que no te haya encontrado antes, Si no en un infierno como éste.
Pues bien… Yo todo lo he dicho.
Aunque la ofensiva nos espera para muy pronto, Dios no tengo miedo desde que descubrí que estabas cerca.
¡La señal! Bien Dios, ya debo irme.
Olvidaba decirte… que te quiero.
El choque será horrible… en esta noche ¡Quién sabe! tal vez llame a tu cielo.
Comprendo que no he sido amigo tuyo. Pero ¿me esperarás si hasta ti llego?
¡Cómo! ¡Mira Dios: estoy llorando! tarde te descubrí.
¡Cuanto lo siento!
(Qué raro: sin temor voy a la muerte…)
Dispensa, debo irme
¡Buena Suerte!
Plan Humanitario Malvinas
De la misma manera que ocurrió con 122 de los nuestros, Marcelo Daniel Massad fue durante 36 años un “Soldado argentino solo conocido por Dios”. Tal es así que en 1991, con motivo del primer viaje que la familia realiza a las Islas Malvinas, “Coco” y Dalal rezan, lloran y conversan sobre una tumba sin cruz, sin nombre, y sin certeza alguna sobre de quién es ese cuerpo que reposa en el Cementerio de Darwin frente a ellos.

26 años después, la puesta en marcha del Plan Proyecto Humanitario Malvinas, subscripto en 2017 entre los gobiernos de Argentina y el Reino Unido, y el Comité Internacional de la Cruz Roja, permitió iniciar un exitoso derrotero en el objetivo de identificar a esas tumbas que permanecían sin nombre desde la capitulación del conflicto.
Luego de un arduo proceso de entrevistas con los familiares interesados, entre junio y agosto de ese año, se llevó adelante la toma de muestras en el cementerio de Darwin. El Equipo Argentino de Antropología Forense recibió las muestras remitidas por el CICR y realizó los análisis genéticos, de manera tal de concluir con los informes de identificación. En paralelo, otros dos laboratorios en Reino Unido y España se encargaron del control y la seguridad del análisis de ADN.

A partir de diciembre de 2017, la Secretaría de Derechos Humanos y Pluralismo Cultural estuvo a cargo del procedimiento de informar los resultados a los familiares. Y tras ello, se realizaron dos viajes con familiares para que pudieran visitar a sus seres queridos, sabiendo por primera vez en 36 años de espera el lugar exacto en el que descansaban sus restos.
El primero de estos vuelos humanitarios se concretó el lunes 26 de marzo de 2018 y contó con la participación de la familia Massad, junto a la de otros 89 héroes que habían sido identificados hasta ese momento.
Fue ese día en el que los Massad pudieron besar por primera vez la tumba con el nombre de Marcelo, un soldado que no regresó, pero que con una noble acción, salvó a muchos compañeros y escribió con gloria, sangre y honor una historia que no podemos olvidar.