La agricultura familiar es el principal modo de producción agrícola del planeta. Nadie puede poner en duda el rol estratégico que juegan estos actores en sus territorios para garantizar la seguridad, la soberanía alimentaria y el desarrollo de los pueblos. En el mundo existen unos 1.500 millones de campesinos, minifundistas y pequeños productores. Ocupan unas 500 millones de fincas en tan sólo el 20 por ciento de las tierras disponibles. Pero producen el 56 por ciento de los alimentos que se consumen en el planeta. Para destacar el rol que desempeña este sector, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró al 2014 como el Año Internacional de la Agricultura Familiar (AIAF).
La FAO realizó una serie de diálogos regionales para relevar las problemáticas comunes al comprobar que, a pesar de constituir un sector muy heterogéneo, afrontan retos similares: fuertes procesos de concentración y globalización, efectos adversos por el cambio climático, falta de servicios financieros adecuados, acceso deficiente a los mercados e inseguridad en la tenencia de la tierra. En África, por ejemplo, las granjas familiares alimentan y emplean a dos tercios de la población y ocupan el 62 por ciento de la tierra. En la región subsahariana, las granjas de menos de una hectárea representan alrededor del 60 por ciento del total y cerca del 20 por ciento de las tierras cultivadas. El 95 por ciento de las granjas familiares tienen menos de 5 hectáreas y el mayor peso del trabajo agrícola recae sobre las mujeres.
En Medio Oriente y África del Norte, el 40 por ciento de la población de la región vive y trabaja en zonas rurales y casi el 85 por ciento de las tierras agrícolas son cultivadas por familias. No obstante, la agricultura sólo representa el 5,5 por ciento del Producto Interno Bruto de la región, ya que la producción de gas y petróleo representa la mayor parte de los ingresos. A pesar de su gran número, las granjas familiares sólo controlan el 25 por ciento de la tierra cultivable, mientras que el otro 75 por ciento está en poder de empresas agrícolas. En Asia y el Pacífico es donde existe el mayor porcentaje de productores de pequeña escala. Por eso la FAO plantea que esa región constituye el hogar mundial de los agricultores familiares.
La región alberga el 60 por ciento de la población mundial y al 70 por ciento de los productores familiares. Muchos campesinos han sido desplazados y se ven amenazados por el cambio climático. Los productores de alimentos, agricultores, pescadores y pastores de pequeña escala producen el 80 por ciento de los alimentos de la región. Sólo el 2 por ciento de las mujeres rurales poseen bienes y aunque son mayoría, siguen siendo invisibles y subestimadas. La región enfrenta severos cambios en la estructura de la población rural y enormes desafíos frente a la globalización del sector alimentario, las industrias extractivas, la privatización y la desregulación de los mercados.
En Asia Central casi dos tercios de la población vive aún en áreas rurales. En Europa, las granjas familiares representan más del 85 por ciento de los establecimientos rurales y constituyen una de las principales fuentes de inversión en agricultura y producción de alimentos. Sin embargo, sobreviven en un contexto de envejecimiento de la población rural. En América del Norte, tanto en Estados Unidos como en Canadá, el modelo de producción dominante basado en alta dotación de capital y tecnología ha descendido un 10 por ciento el número de granjas familiares, hecho que se corrobora entre los dos últimos censos poblacionales. En América Latina y el Caribe, los agricultores familiares producen hasta el 80 por ciento de la canasta de productos alimentarios básicos y poseen unas 17 millones de unidades productivas. Con procesos de alta concentración, los agricultores familiares tienen un acceso limitado al uso y tenencia de la tierra y al agua. Entre el 25 por ciento y el 40 por ciento del trabajo es realizado por mujeres; sin embargo menos del cinco por ciento son propietarias y sufren más que los hombres la falta de acceso a la tierra, al crédito y a la tecnología.
La agricultura familiar tiene el potencial necesario para aumentar la oferta de alimentos y mejorar las condiciones de vida de las poblaciones rurales. Puede contribuir a la creación de empleo, la conservación de los recursos naturales y de la biodiversidad, la preservación cultural, la diversidad multiétnica y la erradicación de la pobreza rural. En el Mercosur ampliado, la agricultura familiar representa el 88 por ciento del total de explotaciones agrícolas, totaliza unos cinco millones de familias, participa del 30 por ciento del valor bruto de la producción agropecuaria y ocupa el 20 por ciento de la superficie productiva total regional. La región ha generado instrumentos de política pública que favorecen el intercambio entre productores.
De hecho, en 2003 se creó la Reunión Especializada sobre agricultura familiar de los países y asociados del Mercosur (REAF), un espacio de diálogo entre agricultores familiares y el sector público. Nació como consecuencia del reconocimiento por parte de los gobiernos de la región de la importancia política y socioeconómica de la agricultura familiar. La REAF tiene como objetivos desarrollar políticas públicas adecuadas para la agricultura familiar y promover el comercio de productos cultivados por los agricultores familiares.
En nuestro país, la agricultura familiar está conformada por colonos, campesinos, minifundistas, chacareros, pequeños productores y pueblos originarios, entre otros. Un segmento complejo y diverso que representa más del 65 por ciento de las explotaciones agropecuarias en tan sólo el 13 por ciento de las tierras cultivadas disponibles y absorbe el 54 por ciento del empleo rural. Contabilizan unas 220 mil familias rurales y periurbanas. En el NEA es donde se verifica una mayor presencia de agricultores familiares, que representan más del 70 por ciento de las unidades productivas de la región. Un rasgo que los distingue es su multiplicidad cultural y productiva, que se torna visible en las colonias, pueblos y ciudades.
La participación mayoritaria de los pequeños productores en los cultivos industriales y el rol protagónico que asumen en las ferias francas con la provisión de una amplia gama de productos frescos en mercados de proximidad explican cómo funcionan los sistemas diversificados de las familias campesinas del NEA. Los agricultores familiares de la región pampeana comparten el territorio con productores capitalizados, grandes empresas y nuevos sujetos agrarios.
En diferentes paisajes rurales, urbanos y periurbanos, actores muy heterogéneos mantienen, conservan y defienden su modo de vida. Son chacareros, trabajadores agrarios, horticultores, medieros, colonos, campesinos, ganaderos familiares. Y aún con fuertes procesos de concentración de capital y tierras, la agricultura familiar supera el 50 por ciento de las unidades productivas. En el NOA la presencia de los campesinos y pueblos originarios resulta vital para resguardar la historia productiva de una región con fuertes contrastes culturales, económicos y sociales. Representan más del 80 por ciento de las unidades productivas y aportan el 71 por ciento del trabajo rural. En los valles calchaquíes, en la puna y en la quebrada, con sus cultivos ancestrales y sus sistemas pastoriles sustentables resguardan la biodiversidad y garantizan la soberanía alimentaria. La macro-región de Cuyo está vinculada a la producción agropecuaria y agroindustrial de escala, con preponderancia de la vitivinicultura.
En ese ámbito geográfico se destaca el rol de los productores familiares que participan en proyectos asociativos y cooperativos diversificados que tienen impacto territorial. Aún con fuertes procesos de concentración de la tierra y la producción, esta región contiene a un mayoritario núcleo de productores de base familiar que representan un 54 por ciento de las explotaciones agropecuarias. En la Patagonia, el 49 por ciento de las unidades corresponde a la producción de base familiar. Allí la historia productiva que caracteriza a la región se vincula con la producción de frutales de pepita en los valles irrigados y la producción extensiva de ganadería menor en las zonas de estepa y cordillera.
En todo el territorio nacional los agricultores familiares constituyen un sector heterogéneo que, pese al importante rol social que desempeñan en la producción de alimentos, más allá de la gran cantidad de recursos naturales que manejan y de la absorción de mano de obra que generan, se enfrentan a una desigual competencia en los mercados de bienes y trabajo, donde participan en condiciones asimétricas y precarias.
Los agricultores familiares sobrellevan problemáticas estructurales. Las limitaciones en el acceso a recursos fundamentales como el agua y la tierra, la dificultad en los mercados, la ausencia de tecnologías apropiadas que humanicen el trabajo rural y mejoren el incremento de los niveles y calidad de la producción y las dificultades en el acceso al crédito, son algunas de las asignaturas pendientes. A esta realidad histórica se suman los conflictos sociales generados por la apropiación de los recursos naturales.
En nuestro país, la expansión de la frontera agraria y la fuerte especulación del capital financiero en la producción agroindustrial provocaron transformaciones en el desarrollo de producciones tradicionales, como así también en los modos de vida y permanencia de algunos actores en el espacio rural. El establecimiento de nuevos sujetos sociales y de actividades económicas en los territorios y los cambios en el uso del suelo son algunas de las características que se advierten en esta nueva dinámica territorial. La articulación resulta clave en los procesos de innovación para el desarrollo territorial, porque es necesario abordar la creciente complejidad que se registra en el ámbito rural y periurbano. Según datos de Naciones Unidas, para el año 2025 un 65 por ciento de la población vivirá en las ciudades.
En América Latina, más de 125 millones de personas sobreviven en áreas urbanas en situación vulnerable. El incremento sostenido de la pobreza urbana vuelve estratégico el desarrollo de la agricultura. Esta nueva dinámica territorial requiere de instrumentos innovadores y una fuerte sinergia entre los organismos públicos y las organizaciones sociales. Argentina ha avanzado en la última década en instrumentos de política pública en torno a la agricultura familiar.
El INTA ha creado el Centro de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (CIPAF) y sus Institutos que trabajan en red junto al Foro de Universidades Nacionales para la Agricultura Familiar, que agrupa a unas cuarenta casas de estudio de todo el país y a la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinarias para la Agricultura Familiar, integrada por 221 pymes y talleres metalmecánicos que fabrican y diseñan tecnologías apropiadas.
El principal enfoque utilizado es el de la investigación acción participativa. Un proceso dialógico donde se socializan herramientas y resultados, se potencian capacidades y se complementan y valoran saberes. La articulación y el trabajo en red promueven la innovación en el desarrollo territorial donde interactúan actores públicos y organizaciones no gubernamentales en defensa de políticas de Estado que apuestan a la producción con una visión de equidad e inclusión social.
La creación de la Secretaría de Agricultura Familiar, la Comisión de Agricultura Familiar del SENASA (SEFAF), el Registro Nacional (RENAF), el monotributo social, la reciente sanción de la Ley de Agricultura Familiar constituyen instrumentos concretos para fortalecer a los productores. En nuestro país, la agricultura familiar es un sector estratégico que dinamiza las economías regionales y abastece de alimentos diversificados la mesa de los argentinos. Su principal fuerza de trabajo es la propia familia. Los agricultores familiares son protagonistas del desarrollo local: trabajan y producen en el mismo lugar en donde viven, resguardan y mantienen la variedad de especies nativas y autóctonas, promueven el arraigo rural en sus territorios, generan mano de obra local y transmiten de generación en generación prácticas, herramientas, creencias, valores y saberes.
Cora Gornitzky
Instituto de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Agricultura Familiar (IPAF) Región Pampeana / INTA.
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