Por Claudio Esses
La serie de boxeo amateur “el oponente” la realicé en el año previo a la pandemia.
Entrenamientos y peleas en la FAB, en Almagro Boxing Club y en club Comunicaciones como parte de un ensayo para un taller de lenguaje fotográfico de autor.
El tema lo elegí en principio por una simple nostalgia familiar. Recuerdos de mi adolescencia temprana como espectadores noctámbulos junto a mi abuelo con su pipa y tv en blanco y negro, vía satélite, Locche, Monzón, Alí.
Pero una cosa es la mirada romántica, un acercamiento al gusto de los mayores y otra muy distinta la de un deporte de larga tradición devenido en industria.
Entre estas dos miradas, nace esta propuesta.
Desde el inicio del reportaje rápidamente aprendí que aquello que se ve a la hora de la verdad -la pelea- es un emergente de un trabajo mayúsculo y cotidiano, de elección voluntariosa y moral de estos pibes y pibas, mujeres y hombres que eligen exponerse a un sacrificio sagrado.
El viaje en tren, el frío de la espera, el colectivo, las comidas, los vendajes de rutina, la entrada de calor, los ejercicios, los saltos de cuerda, el punchin ball, las series de abdominales, la bolsa, el sorbo de agua, los cuerpos transpirando, la sangre, la respiración y los gritos, los músculos tensos, los golpes dados y piñas recibidas, el cambio de aire, la campana, los dolores, los masajes, el pesaje, las instrucciones del árbitro, el público, las miradas, el ring, el fallo del jurado, el descanso…
Los elementos que forman la narrativa son partes de una alquimia existencial de una soledad expuesta, la de un desafío personal en un doble sentido: el del rival y el propio.
A esto se refiere “el oponente”.
El ser enfrentado a su sacrificio entero, de cara al abismo.
Existe una soledad siempre presente en cada boxeador y boxeadora.
Pienso en una interioridad profunda que impregna al ser, un sitio en la conciencia en donde todo es suficientemente claro, en donde ganar o perder son apenas posibilidades; y en el cuál el trabajo, la mente, el cuore y el aire representan el pan cotidiano, anteriores a que los cuerpos estallen a la hora de la tormenta.
El oponente, también por fin, es hallado en un espejo.
En soledad.
Quien se mueve al tiempo del látigo de derecha o se agacha inesperadamente.