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Todo un año sin House of Cards en nuestras pantallas parece un tiempo excesivo. Pero ya llegó la quinta temporada, que comienza exponiendo rápidamente la amenaza que se cierne sobre Frank, presidente de los Estados Unidos, a causa de las investigaciones periodísticas acerca de su pasado, cuando era un miembro de la Cámara de Representantes.
Al igual que en las temporadas anteriores, la serie se nutre del juego y las decisiones políticas reales de la historia estadounidense. Por ejemplo, la instrumentalización del miedo al terrorismo como baza política durante la administración de George W. Bush, o la voluntad de restringir el espacio aéreo y endurecer el régimen de inmigración con la misma excusa del actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, y la posibilidad de someterle a un impeachment; o el caso de Thomas Jefferson contra Aaron Burr, o los desafíos de Rusia durante la presidencia de Barack Obama, o el empleo de gas sarín en la guerra de Siria.
Como es natural en House of Cards, las intrigas impulsan la trama de la serie. Alianzas, traiciones, utilización indebida de los recursos gubernamentales son la materia prima para las excursiones de los Underwood por las cloacas de la política en pos de alcanzar el poder y control absolutos.
En esta nueva temporada, el pasado vuelve, porque, como le dice Claire a su marido, “no desaparece a voluntad”. Pero Frank, fiel a su filosofía y discernimiento —“si un hombre no tiene la sagacidad de usar lo que tenga a mano para conseguir que funcione, es un fracaso de la imaginación”— no se queda de brazos cruzados y enfrenta con la misma astucia, determinación y ferocidad a todo lo que se interponga en el camino de los planes que Claire y él han trazado.
La inteligencia, ciertamente perversa, de los Underwood fascina por su oscuridad, por la capacidad de ambos por manipular las cartas y al resto de los jugadores sin tregua alguna para ganar la partida y conseguir todo lo que quieren, ahora con la ayuda de Patricia Clarkson como la misteriosa Jane Davis.
De menor a mayor
Durante los primeros capítulos (son trece), esta nueva temporada va de menor a mayor; es decir, incrementando la tensión y el ritmo de forma gradual. Por supuesto hay grandes sorpresas, giros inesperados. Y, desde luego, los monólogos de Frank dirigiéndose a la cámara mientras pasea entre los asistentes a reuniones que le escuchan con suma atención o usando sus indicaciones para encender una chimenea como metáfora del esfuerzo.
La expectación que generan en el espectador los primeros capítulos cambia a partir de la quinta entrega con la huida hacia delante de los protagonistas, cuando llevan la competición a su propio campo para poder manejarla a su antojo. Obviamente, Underwood sabe muy bien cómo conducirse en los entresijos de la política, pero la coyuntura ha cambiado. Y aunque unos cuantos viejos conocidos del poder político y económico intenten impedir a los Underwood que alcancen su meta, éstos no dudan en seguir adelante. Ellos saben, según palabras de Frank, “algo que el resto del mundo no quiere admitir: no hay justicia, sólo conquista”.
En síntesis, como en la cuarta temporada, la quinta se divide en dos bloques: el primero es una lucha con abundante amenazas e inseguridad para ellos, mientras que todo vuelve a su ser en el segundo, aunque nunca hay sosiego para Frank y Claire. En la medida que avanzan en sus ambiciones deben, al mismo tiempo, pugnar por mantener sus conquistas y seguir aumentando su poder. Quizás, los episodios doce y trece son los que más conmocionan a los espectadores, no sólo por la gravedad de ciertos hechos, sino también por golpes de escena que completan la manipulación que Frank urdió para acceder al poder absoluto y que pone a prueba la sociedad con Claire, ya que sin su apoyo todo podría ser en vano.
Marcelo Valente
Periodista
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