Para comenzar, quiero aclarar que esta nota no es de la sección Economía, si bien lo amerita, ya que nuestra querida moneda argentina sufre devaluaciones constantes. Se trata de valores mucho más importantes como la solidaridad, el compañerismo, la generosidad, la honestidad, el respeto, la responsabilidad, la gratitud, la puntualidad, la prudencia, la sinceridad, la compasión, el desprendimiento, la lealtad, la humildad, la tolerancia, entre tantos.
Valores que en los últimos tiempos entraron en desuso o están siendo olvidados. Y la gran pregunta es: ¿por qué?
Lo primero que se me ocurre, es que se debe a nuestro ritmo de vida, cada vez más alocado y agitado, que nos lleva a un lugar donde no tenemos tiempo para el otro. Ese otro puede ser un vecino, un compañero de trabajo, un familiar o hasta un amigo.
Sin darnos cuenta, vamos ninguneando al prójimo. Quizás para protegernos. No queremos involucrarnos en temas que nos pueden llegar a lastimar, o que nos saquen de nuestro ritmo cotidiano. Sea como sea, vamos construyendo una coraza que nos “protege” pero que también nos aísla. Pero me suena que hay algo más.
Los valores se desprenden de una ética. Y la ética forma parte de nuestra moral.
La ética, o filosofía moral, es la rama de la filosofía que estudia la conducta humana, lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo, el buen vivir, la virtud, la felicidad y el deber.
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Ética y moral son conceptos muy relacionados que a veces se usan como sinónimos, pero tradicionalmente se diferencian en que la ética es la disciplina que estudia la moral.
La ética no construye los problemas morales, sino que reflexiona sobre ellos. Las acciones relevantes para la ética son las acciones morales, que son realizadas de manera libre, ya sean privadas, interpersonales o políticas. No se limita a observar y describir esas acciones, sino que busca determinar si son buenas o malas, emitir juicio sobre ellas y así ayudar a encauzar la conducta humana.
La moral (del gen. latín mōris, ‘costumbre’, y de ahí mōrālis, ‘lo relativo a los usos y las costumbres’) es, en cambio, el conjunto de costumbres y normas que se consideran “buenas” para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad. Se distingue de la ética en que esta es una moral transcultural o universal, aunque ambas se suelen confundir. La moral permite distinguir cuáles acciones son buenas y cuáles son malas con criterios objetivos. Otra perspectiva la define como el conocimiento de lo que el ser humano debe hacer o evitar para conservar la estabilidad social.
El término «moral» tiene un sentido opuesto al de «inmoral» (contra la moral) y «amoral» (sin moral). La existencia de acciones susceptibles de valoración moral está fundamentada en el ser humano, como sujeto de actos voluntarios. Abarca la acción de las personas en todas sus manifestaciones, además de que permite la introducción y referencia de los valores.
Hay diversas concepciones de lo que en realidad significa moral, lo que ha sido tema de discusión y debate a través del tiempo. Múltiples opiniones concuerdan en que el término representa aquello que permite distinguir entre el bien y el mal de los actos, mientras que otros dicen que son solo las costumbres las que se evalúan virtuosas o perniciosas.
Estas definiciones, nos ayudan a limpiar la paja del trigo y a darnos cuenta que los valores no se adquieren fácilmente. Son una construcción cultural que lleva tiempo incorporar. Como así también pilares para la convivencia. Y también se desprende que los valores forman parte de nuestras costumbres.
Entonces, si no le damos importancia a los valores, comenzamos a transitar un camino muy peligroso para con el otro y para con nosotros mismos. Al perderlos, comenzamos a incorporar como normales otras costumbres que son opuestas: la violencia, la corrupción, el egoísmo, el desdén, la agresión, el odio.
Como dice el músico Moris (que casualmente significa moral en latín) en una de sus letras:
Todo empezó con el chiste que decía
Lo tuyo es mío y lo mío es mío
Lo interesante, es que esta condición viene siendo utilizada consciente o inconscientemente para construir poder.
Desde el sálvese quien pueda hasta la meritocracia, los medios, la publicidad, los voceros políticos y empresariales, nos vienen bombardeando para que nos miremos cada vez más nuestro ombligo. Pareciera que corremos el riesgo de perder una oportunidad de no se sabe qué, pero que aparentemente es muy importante y única.
El diferente
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Un valor importante que no estamos acostumbrados a ejercer es la empatía. Según el diccionario, es la capacidad que tiene una persona de percibir los sentimientos, pensamientos y emociones de los demás, basada en el reconocimiento del otro como similar, es decir, como un individuo similar con mente propia. Por eso es vital para la vida social. Además consiste en entender a una persona desde su punto de vista en vez del propio, o en experimentar indirectamente los sentimientos y percepciones del otro.
La empatía no implica en sí misma motivación de ser una ayuda; sin embargo, puede volverse una base para la solidaridad o angustia personal, lo que podría resultar en una reacción.
Siempre me pregunto que nos pasa cuando afrontamos al “diferente”.
Un joven autista, una nena con síndrome de Down, una dama indigente, un chico trans. Todas situaciones muy diferentes, pero que tienen en común la no pertenencia con nuestra realidad. Nos cuesta mucho ponernos en su piel y tratar de entender. De entenderlos.
Nos resulta muy difícil establecer contacto, intercambiar. Creemos que nosotros no vamos a poder o que el otro no va a poder. Y es mentira. Lo que hacemos es ponernos un escudo porque ese otro, de algún modo nos da miedo. Miedo a que a mi “me pase lo mismo”. Un mecanismo de defensa.
En el momento que podemos vencer ese prejuicio, a meternos en la piel de ellos, nos empezamos a dar cuenta que no somos tan diferentes, y que seguramente podemos encontrar puntos en común y establecer un nexo.
Pensemos que ellos padecen y mucho nuestra discriminación, aún sabiendo que no lo merecen. Que no hicieron nada malo para semejante destrato.
“Una sociedad sin empatía”, nota publicada por el portal español La Vanguardia aporta una mirada que ayuda a pensar sobre el cansancio emocional a nivel personal y como sociedad.
“La avalancha diaria de situaciones dramáticas, dolorosas y terribles que recibimos a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, además de las que vivimos cotidianamente hace que nos sea cada vez más difícil empatizar con las personas que las sufren. A nuestro cerebro le cuesta procesar unas imágenes que son sin duda impactantes pero que a fuerza de repetidas van perdiendo su poder de sacudir conciencias y hacernos mostrar solidaridad. Nuestra capacidad de asumir el dolor ajeno parece estar llegando, si no ha llegado ya, al límite.
La denominada fatiga por compasión es conocida clínicamente desde el año 1992 y en un principio su afectación se ciñó sólo al personal sanitario que convive a diario con situaciones traumáticas física y emocionalmente, lo que les hace agotar su depósito de empatía. Pero, como signo de los tiempos que vivimos, esa fatiga por compasión, ese síndrome de la falta de empatía se ha extendido a la sociedad en su conjunto. Está estudiado que cuantas más malas noticias recibe una persona, más disminuye su capacidad de articular una respuesta empática. Es obvio que no todos los seres humanos somos iguales y por eso los hay con mayor sensibilidad que otros hacia los demás, como también es habitual que empaticemos más con las personas que sufren una situación si en ella también pudiéramos vernos eventualmente involucrados nosotros mismos. La compasión también tiene categorías.
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Algunos expertos atribuyen una parte de la responsabilidad de que se haya llegado a esta pérdida de sensibilidad y solidaridad ante el dolor ajeno a los medios de comunicación, por entender que el modo en que se explican las noticias contribuye a aumentar o disminuir nuestra sensación de angustia. Es la diferencia entre el rigor y el sensacionalismo amarillista.
El cansancio emocional que sufre la sociedad actual tiene muchas causas, entre ellas que hoy las cosas suceden tan rápidas que nos da miedo no poder controlarlas y ello nos produce incertidumbre y angustia. Si perdemos esa capacidad de reaccionar empáticamente ante el dolor ajeno, de ponernos en el lugar del otro, habremos dado un paso atrás como seres humanos y como sociedad”.
Por esto último y por el futuro, tenemos la necesidad y el deber de replantearnos como nos paramos ante “el otro”, que finalmente no dejamos de ser nosotros mismos.