“Cuando uno no tiene más nada que decir, comienza el viaje de callar’. Así, sin eufemismos, Alicia Martínez Suárez, despidió desde la cuenta de Manal a su hermano y mentor de una de las bandas icónicas del rock nacional originario. Javier Martínez partía a los 78 años de este mundo, después de un accidente doméstico que derivó en varias complicaciones insalvables para su ajetreada salud.
Baterista y cantante de la banda que junto con Los Gatos y Almendra represetaron el principio de todo el espíritu potente y urbano, poniendo en jaque al mismísimo tango y haciendo de la cultura local un nuevo lenguaje emancipador, quizás en sintonía con la rebeldía juvenil global de entonces.
Criado en Berazategui e hijo de un uruguayo que amaba el candombe, Javier comenzó a concurrir a La Cueva, aquel sótano de la avenida Pueyrredón donde se cocinó el primer caldo del nuevo rock en castellano. Poco después, en el Instituto Di Tella, conoció a un joven guitarrista fanático del blues que a los 17 años tenía una colección de discos de ese género. Era Claudio Gabis, quien casualmente había entablado contacto con Medina poco antes en una fiesta.
En un verano costero, Javier había realizado una serie de recitales en Villa Gesell junto a su amigo Moris, en el Juan Sebastián Bar, y ése fue en parte el germen del grupo Los Beatniks, que surgiría luego del verano con Pajarito Zaguri. Al volver se sumó a Manal para encarar su camino. En cuanto al canto, es sabido que Javier amaba el modo de utilizar los sonidos de los cantantes negros y para imitarlos se pasaba días gritando y haciendo solos para oscurecer su voz. Asimismo, sus formas le permitieron pasar de tocar “fuerte” en el sentido clásico.

“Javier Martínez. Inventor del blues argentino, murió hoy. Recordaremos su voz, su risa, su humor, su cultura, sus dichos y el swing de sus palos acariciando los tontones”, había escrito precisamente Antonio Birabent para describir al aliado de Moris, su padre, de aquellas primeras noches inspiradoras y veraniegas. Allá por los mediados de los sesenta, Javier encontraba un sentido poético y musical a su vida. Poético por esa capacidad discepoliana para refrendar lo cotidiano con imágenes crudas y directas. Y musicla, a raíz de su voluntad para ajustar el timbre de voz propio, al de aquellos cantantes negros, al punto de imitarlos a gritos buscando oscurecer su timbre para estar a la altura.
“Me dediqué como un fánatico, un enfermo patológico, a escuchar y tocar, y en un viaje a Estados Unidos me compré 50 álbumes de grupos de rock y de psicodelia, y como era socio de la Biblioteca Lincoln, en la calle Florida, sacaba discos de folk, country y blues, y así conocí a Muddy Waters, Robert Johnson y muchos más”. De tal trabajo, de sus encuentros con Claudio Gabis y Alejandro Medina, surgiría la banda que haria de su primer cancionero, casi un manual de la argentinidad callejera, esa entre portuaria y desolación. De brillo, humedad y hastío. Arrabalera, como indicaba la geografía, foranea, como señalaban los manuales y las métricas del amirado Kerouac y sus amigos.
Precisamente era Javier en Manal quien componía y cantaba. Salvo “Avenida Rivadavia”, de Medina, Martínez llevaba la batuta de esa máquina de sonido compacta de tres. Así su primer disco signó un collar de perlas que todavía encandilan e interrogan: “Jugo de tomate”, “Porque hoy nací”, “”Todo el día me pregunto”, “Informe de un día”, “Una casa con 10 pinos”, la mencionada “Avenida Rivadavia” y un verdadero legado del blues suburbano con ritmo de blues jazzero y atmósfera urbana como “Avellaneda Blues”, para muchos un himno del género.
“Vía muerta/calle con asfalto/ siempre destrozado/tren de carga, el humo y el hollín/ están por todos lados…amanece, la avenida desierta pronto se agitará/y los obreros fumando impacientes/a su trabajo van/ Sur, un trozo de este siglo, faja industrial”.
Esta obra maestra tuvo su inspiración en una vivencia de Gabis, coautor del tema junto a Javier. Según expresaba el guitarrista, “con mi amigo, el baterista Juan Gambolini, estábamos caminando por las vías muertas de Avellaneda a la 1 de la mañana, cruzamos por fábricas y puentes hasta el empalme de Crucecita, y se me ocurrió tocar la armónica, empezaron a ladrar unos perros y salimos corriendo hasta Mitre. Yo volví a mi casa en Caballito y bosquejé algo de la letra y algunos acordes, que terminamos con Javier al día siguiente”.
De espíritu inquieto, el batero participaría luego en los dos primeros discos de Billy Bond y La Pesada, y en 1972 en el álbum “Buenos Aires Blus”. Después de un breve viaje por México, realó en España donde permaneció casi toda la década, trabajó con otras bandas, hizo sus propios shows y se reencontró con algunos argentinos que también habían optado por el exilio cuando los tiempos en el país se habían puesto complicados.

Luego de la fugaz reunión con Manal, que dejó los testimonios de los discos “En vivo” en Obras y “Reunión”, sin lugar para una segunda etapa del trío, Javier grabó su primer disco solista: “Soy del sur”, y donde su insoslayable esencia blusera y jazzera se mixturó con letras bien urbanas y cotidianas, en temas como “Quiero todo para hoy” o “No creo en palabras”. Posteriormente, Martinez volvió a Europa, y vivió varios años en Francia. De su estadía se destaca un inusual record: la marca mundial de tiempo continuo de ejecución de batería en 1985 en un torneo benéfico organizado por la Municipalidad de Toulón, donde tocó en forma ininterrumpida durante 41 horas y media, con un intervalo de 5 minutos para comer.
“Vuela alto hacia la luz, compañero Javier Martínez. ¡Nos dejaste tus maravillosas canciones y siempre te recordaremos!”, saludó Alejandro Medina. “Sus canciones le dieron vida a Manal y al blues en castellano. Mucha gloria para él, baterista intelectual de la cruz del sur”, describió el periodista Sergio Marchi con arte, en un fin de semana de atmósfera húmeda y abrazadora, a la manera del rock castellano de Manal.