El fenómeno de las barberías y su multiplicación tiene precuelas. Una de ellas es la peluquería La Época, en Caballito, que desde hace 21 años se ha ido convirtiendo en un auténtico museo de la actividad. De hecho, Miguel Ángel Barnes es reconocido como el primero y último barbero porteño. Aquí la historia de un precursor y sobreviviente de las modas y la pandemia.
“Me llevó siete años instalar mi barbería. Yo quería recuperar el lugar que el hombre había perdido en las peluquerías porque no tenía otra instancia que ir a una ‘unisex’”. En verdad, la idea de Barnes de que el hombre recupere ese sitio la había tenido hace 28 años. Por eso abrir la peluquería exclusivamente para hombres, lo define como algo ‘muy alocado’. “Familiares y amigos me decían ‘Un negocio está para ganar dinero. Poné una unisex. El hombre es menos gastador que la mujer’. Pero yo tenía ese idilio, de abrir la peluquería y barbería. Y bueno, decir que iba a arreglar barbas o a afeitar era más loco aún. Hacía muchos años que las barberías habían muerto. Y bueno… si no había nadie que lo hiciera, estaba yo para hacerlo”.
Decir que la apuesta le rindió, lo entusiasma. “Y me salió bien porque hubo mucha constancia, mucho amor propio y muchísimo trabajo. Esas tres cosas hicieron que hoy La Época sea reconocida como la iniciadora de toda esta movida barbera. Ellos hablan de una “catedral”. Y eso nos pone bien. Cuando abrí el salón hablaban de “el último barbero”. Claro, era el último barbero que quedaba en pie. Y hoy cambió la tendencia. Hoy soy, pareciera, el que originó toda esta movida barbera. Sería “el primer barbero”.
Las risas se realzan con tal descripción, Miguel Ángel ignora si esto lo rejuvenece aunque le ve gran futuro. “Ese amor propio, esa pasión, ese trabajo dieron resultado. Y ver a jóvenes en nuestra profesión, cuando parecía que había muerto, me pone bárbaro. Hoy viene una educadora, del Ministerio de Educación, y me dice: ‘Miguel, con los chicos hacemos un censo vocacional, y vos vieras la cantidad de jóvenes que quieren ser barberos’.”
En más de una oportunidad, Barnes fue reconocido por el Gobierno de la Ciudad, la Legislatura e incluso por el Gobierno Nacional. Recientemente fue distinguido como personalidad destacada de la Cultura. Siempre por su emprendimiento productivo, que traza un hilo invisible entre el oficio, vocación y profesión. El mismo se encarga de poner las cosas claras en relación a su tarea.
Peluquero, estilista, coiffeur, barbero dependen de su descripción. “Siempre me preguntaron “Conde, ¿cómo lo llamamos? ¿Qué es usted? ¿`’Cofiur, estilista?’’ No, no, no: yo soy peluquero y barbero. Nada de ‘cofiur’ ni de estilista. Hoy hay muchos salones que eran unisex, ‘cofiur’, y le ponen ‘barber shop’ y colocan el llamador en la puerta. Hoy son todos ‘barber shop’.”
El tufillo de convertirse en moda, rebusque o marketing, cual fenómeno oportunista como los parripollo o las canchas de paddle, dista de considerarlo una afrenta al gremio. “Jamás lo vería como una falta de respeto porque a mí me han escrito jóvenes que me dicen ‘perdón, maestro, yo hago cortes a domicilio’. Y les digo: me parece muy digno lo que hacés. De todo esto que está ocurriendo con los barber shop, seguramente habrá un tamiz y el “aventurero” a lo mejor va a quedar afuera. Pero lo importante es que en ese tamiz entre tantas barberías siga estando la peluquería de hombres. Jamás va a morir. Los aventureros están, pero Dios quiera que se capaciten mientras hacen su aventura, para ser “realmente peluqueros” y poder sostener sus salones”, define quien no reniega del auge y valora tal tarea en tiempos de crisis. “Yo voy a dar charlas y veo la gente que me escucha y digo ¡Qué bueno que estén acá! Son jóvenes valiosos y me digo “estos muchachos en lugar de agarrar un arma, agarraron una máquina eléctrica y se pusieron a cortar pelo. ¡Qué lindo, qué bueno! Entonces hay que incentivar a esos aventureros para que sean grandes profesionales”.
Consultado sobre la idea de la barbería como recuperación del cuidado personal del caballero, Barnes rescata el derecho a ser coqueto. “Se lo podemos preguntar a las mujeres: cuando ven a un hombre con la barba desalineada dicen ‘ay, un barbudo, qué feo’. Pero cuando ven a ese mismo hombre con su barba prolija y alineada dicen ‘qué tipo interesante’. Entonces le eleva la autoestima, lo pone mejor”. Aceites para el cutis y la barba realzan su teoría, acerca del cuidado personal. “Por ejemplo, yo voy a Gessell todos los años, y hace quince años veía a las chicas que iban a bailar y eran todas modelos, bien vestidas, arregladas… Y los pibes con las zapatillas rotas, los pantalones mal… Hoy ellas siguen siendo modelitos, hermosas cómo van vestidas. Pero los muchachos también, ahora. Que la camisita, que el pantaloncito. No importa que estén en la playa. Se cuidan”, dice con la salvedad de su experiencia prepandemia que alcanza al recuerdo de las salidas ocasionales. “Si ibas a un cumpleaños de quince o un casamiento, veía a los jóvenes con tiradores y moño. Entonces yo alucinaba pensando ¿no habré creado tendencia con mis tiradores y mi moño? (risas). Alucino un poco para elevar mi autoestima también”, confiesa.
La obstinación por sus zapatos, es otro aspecto de la coquetería de Miguel Ángel.
“Mis zapatos tienen toda una historia. En el armado previo de mi salón, aquellos siete primeros años, yo iba conociendo diferentes viejos barberos. Y me acuerdo de José, de la barbería ‘La Moderna’, en la calle Defensa en San Telmo. Atendía su hermano, que era algunos años más joven que él. Y él me servía un café con unos amarettis y me contaba historias como las que cuento a turistas o jóvenes barberos. Y entre esas, una me llamó la atención. Él me dijo: “yo llego todas las noches a mi casa, y mientras mi esposa prepara la cena, yo lustro mis zapatos”. A mí me daba cosa mirarle los zapatos en ese momento a Don José. Lo seguía mirando a los ojos. Hasta que pude verlos en el medio de la charla y me di cuenta que eran unas botas con todo el cuero ajado, todo viejo. Pero estaban impecables de lustradas. Y me dijo: “mirá, Miguel, el zapato del barbero siempre tiene que estar mejor que el de su cliente”. Yo en ese momento trabajaba en fábrica de curtiembre y conocía a fabricantes de zapatos. Entonces me hice hacer los zapatos de charol. Y sigo el consejo de Don José”. Será por esto que el barbero de ‘La Época’, se jacta de priorizar su estética. “Nosotros hasta diseñamos nuestros propios chalecos, diseñamos nuestros zapatos”, revela satisfecho.
Los clientes que se acercan encuentran mesitas de bar y un completo servicio de cafetería para amenizar la eventual espera del turno, en un espacio decorado con miles de objetos antiguos que entretienen la vista y estimulan la curiosidad. “Este es un ámbito familiar. El cliente puede venir con su esposa. Ella se toma un té mientras a él se le hace el corte. O con sus hijas, que mientras tanto pueden mirar el museo. Aquí no se habla en absoluto en doble sentido. Es un lugar netamente masculino, pero yo siempre digo que puede venir una mujer, esconderse en el baño y escuchar nuestras conversaciones y no va a escuchar nada en doble sentido. En nuestro salón hablamos de familia, de futuro, de proyecciones, de sueños. El cliente se siente bien con eso. Y mientras atendemos tenemos charlas en voz alta y nos reímos, porque tenemos una linda simbiosis entre Nicolás (su compañero), que está atendiendo en un sillón, el maestro Ignacio, que está atendiendo en el otro, y yo, que estoy en el medio. Interactuamos entre nosotros, hacemos cosas graciosas, los clientes se suman y hacemos que se sumen también los que están esperando detrás nuestro”.
Inevitable no pensar en otros colegas, según su barrio o público. “Cada barbería tiene su impronta. Y hay que respetarlas a todas. Una vez viene el dueño de una y me dice: ‘cuando el cliente viene, se va a cortar el cabello y viene la esposa y quiere sugerir algo, yo le digo ‘no, pará, dejá que yo arregle el corte con él. Vos sentate allá.’ Yo no hago eso. Al contrario. Si bien la mujer me viene a decir cómo le gustaría que le corte a su esposo, lo tomo por el lado del humor: “bueno, tenemos asesora de imagen. ¡Qué bien! ¿Qué pensás vos? ¿Cómo lo querés ver a tu esposo?” ¡Y ella define el corte del esposo! No me voy a meter en una interna de ellos”, admite inteligente. Entre sus principios, no figura el corte femenino. “Jamás le cortaría el cabello a una mujer. Este es un lugar exclusivamente para hombres. Acá han venido damas y me han dicho que querían que les pasara la máquina ‘en uno’ y les he dicho que no. ‘…Pero quiero que me pases la máquina, nada más. No te estoy pidiendo un corte, con bucles, sólo que me peles’. No. No atendemos damas. La mujer se puede sentar en nuestros sillones “para la foto”, si se quiere sacar una foto. Pero nunca vas a ver a una mujer que la estemos atendiendo en la barbería La Época. Por eso a esta nueva generación de barberos, que tienen una encrucijada, les digo que el hombre murió en las peluquerías de mujeres. Y hoy se está revirtiendo la cosa. Hoy mujeres quieren venir a las peluquerías de hombres”.
El Día del Barbero es una de sus asignaturas. “Todavía no ocurrió. Está en un gran cajón. Y en ese gran cajón es el papel que más abajo está. Pero conociéndome como me conozco, no les quepa a ustedes la menor duda que los barberos vamos a tener nuestro día. Este mensaje me gustaría dárselo al dueño de ese cajón. Porque si no es él, se lo pierde. Pero tené la plena seguridad que el Día del Barbero va a existir. Antes de irme de este mundo va a existir. Palabra de Barbero. Y cuando yo les digo ‘palabra de Barbero’ a mis colegas, saben de qué se trata. Es superior a la firma de un escribano”.
Peluquería y Barbería “La Época”, Neuquén 759, Caballito, Ciudad de Buenos Aires. https://www.facebook.com/BarberiaLaEpoca/