Existe en el medio una especial empatía que va más allá de las especialidades y los gustos. No refiere ni a cuestiones ideológicas, mucho menos económicas. Se trata, por un lado, de una irrefrenable curiosidad y como consecuencia, una persistente honestidad por informar aquello que sucede y nos trasciende.
Digamos además que la condición del comunicador oriundo de Buenos Aires, obliga a tolerar sus dificultades. Viajes interminables en busca de información, cambios de planes, amplitud para desarrollar géneros periodísticos varios, búsqueda de voces veraces y lo primordial, estar ahí, juntando data, analizando problemas y potenciales soluciones.
Aunque esto exceda nuestro rol.

Así, creo, compartimos con Sandra Capocchi, la vocación. Por entonces, como tantos aspirantes, nos devorábamos la Revista Humor de Cascioli que pregonaba medio en broma y medio en serio aquello de que “el periodismo es un apostolado”.
Formados en la Universidad Nacional de Lomas Zamora (cuando la comunicación para UBA era sólo un proyecto), coincidimos en cursadas, talleres, trenes y colectivos. A veces el debate nocturno (todos laburantes multirubro) iba de los diferentes enfoques políticos al estudio de Heidegger, Saussure y Pichón Riviere en simultáneo.
Por entonces, las telenovelas se miraban con desconfianza y de reojo y la cultura popular dividía las aguas, a favor y en contra.
Aspirantes a soñar con un programa propio, una revista independiente, antes que pensarse movileros, mientras tanto nos codeábamos con algunos referentes de esporádica presencia. Muchos debatían sobre el rol de los medios y la necesidad de una ley que los democratice. Otros no veíamos la hora de superar las materias filtro para salir al ruedo de verdad.
Como sea, la vida nos perdió a cada uno en su bardo; yo fui para el lado del espectáculo y la actualidad, desde la gráfica y Sandra siguió con su vocación por el interés comunitario, la agronomía y la radio.
Hace dos años, el Roca, como antes, ofició como espacio de reencuentro. Aunque el tiempo ya nos había cruzado en alguna conferencia o redacción, para ponernos al día con el trabajo elegido. Más por continuar debatiendo acerca de los puntos de vista de la profesión, antes que emular las anécdotas de los trabajos o vivir de recuerdos.
Es que eso te da el periodismo que elegimos, horas de análisis y debates, por desarticular ciertos indicios que ayuden a entender de qué va la cosa, y cómo hacer visible aquello que los diferentes poderes se niegan a mostrar o que la rutina desestima como sabido.
Así, entre Escalada y Lanus ambos pergeñamos un programa radial compartido, aunque cada uno intentaba el suyo, como segundo trabajo. Uno, con el flamante fenómeno de las series, vía Netflix y ella, entre la economía y las cuentas de instagram bonvivant.
Diario Popular nos reencontró en distintos roles y la crisis de 2018 y 19 postergó el proyecto hasta hace un par de meses.
Hoy El Ágora, además de honrar un espacio de voces para el análisis y la dialéctica (según descripciones solemnes), significa una oportunidad para ratificar nuestra vocación y profesión con la nobleza de desarrollarla desde un lugar alternativo, con la necesidad de comunicar lo que nos toca, a partir de la pasión y el respeto.
Y acá andamos, evitando que los nombres propios de los “consagrados”, se antepongan al interés común. Tropezándonos con lo cotidiano y, por qué no decirlo reinventándonos para sobrevivir y ejercer el mejor periodismo posible.
En todo momento, o como ahora, mientras se extingue el día que emulamos a la Gaceta, a Mariano Moreno, Roberto Arlt, Petrona Rosende o Rodolfo Walsh, También en domingo, con su último aliento. Porque contar lo que nos toca, tiene sentido.
Muy buena nota.