Mi diario del lunes tiene 40 años, 18 menos de la edad que cargo, pero una cifra precisa para darle entidad de homenaje.
Y vaya que celebración.
No, todavía nosotros, los contemporáneos a tanto recorrido, no estamos en condiciones de contar con ese número y hablar del aniversario de la democracia, para eso todavía falta dos años. Habrá que ver qué sucede y si tanto proyectual libertario acompaña en el 2024 el recuerdo de las cuatro décadas de la dictadura o termina desestimando cualquier acto cívico.
Mi diario anticipatorio, ese de sabiondos y superados, tampoco se remite al recuerdo del disco de ‘Mercedes Sosa en la Argentina’ o del último recital de Serú, y eso que ambos sucesos artísticos comparten el mismo calendario.
Pero en este repaso, dijimos, que es como un diario del lunes y se sabe que bajo tales circunstancias se ve todo más claro y sencillo, apelo a la suficiencia desde acá para decir que aquellos rockeros que juntaron fondos pensando en los pibes de la guerra fueron tontos útiles, funcionales al gobierno de Galtieri, sólo por fascinarse con la ilusoria “difusión de música en castellano en las radios”. El que no se dio cuenta, fue un gil.
Desde aquí también, diremos que sólo los ignorantes pudieron ser capaces de acompañar al dictador en su aventura y superpoblar una plaza por recuperar esas islas olvidadas que fastidiaba calcar en los mapas Rivadavia y que son cien veces más chicas que la Patagonia. Que bien puede regalarse o dar a cambio por un buen contrato con Pfizer.
Mi diario del lunes de 40 años la tiene clara, pero con nubarrones. Así, en los recuerdos vagos de todas las Pascuas se fusiona la guerra dolorosa con otras Semana Santa. A la distancia, duele que se te mezclen el valor de esos soldaditos arreados a la batalla, que fueron los amigos de uno (que zafó raspando), con la soberbia prusiana de aquellos prepotentes “recuperados” por Alfonsín (‘Son héroes de Malvinas’) en una plaza absorta y repleta de abril que fue a bancarlo, sin importar partido político.
Mi diario del lunes podría sumarse a la ola de castigar al sinsentido de las guerras, cuando en las condiciones pacíficas globales de hoy, el hambre y la equidad quedan sujetas a las arbitrariedades micro (o sea a la disponibilidad de los pocos afortunados) que saben bocha sobre soluciones macros dando cátedra de supervivencia a los que nada tienen y de sentido común, pero escamotean una mirada conjunta porque el que pierde, se la pierde y ya.
Este diario suficiente y experto en eso de mirar la historia por retrovisor concede una pausa en el texto de Fresan y saca una foto no tan sepia de nuestros héroes de carne y hueso de aquel entonces:
“Yo me había alejado de mi grupo casi sin darme cuenta. La idea era buscar un lugar tranquilo para escribir una carta que no iba a ningún lado. Escribimos muchas en estos días. Parecemos estatuas inclinadas sobre hojas de papel, ubicadas de espaldas al viento, sosteniendo lápices con el puño cerrado para que no se vuelen las letras. Escribimos nuestras cartas con la plena seguridad de que nadie va a leerlas porque, se sabe, el correo nunca fue muy eficiente que digamos. Lo que hacemos entonces es escribirlas y leérnoslas en voz alta. De este modo nos convertimos en novias y familias y amigos y se atenúa un poco la sensación de estar escribiendo en vano. El sargento Rendido nos regala una hora por día para que nos perdamos y nos encontremos en este ejercicio de dudosa utilidad”.
*“La soberanía nacional”, relato de Historia Argentina Rodrigo Fresan (1991)
El diario del lunes considera que los héroes son anónimos, sólo cuando la gente los olvida.