Veinte años y poco más de 8.500 kilómetros separan a Ana Gantzer de aquella que cambió su Ranelagh de la infancia y los últimos días sarandinenses, por mudarse a la siempre insomne Nueva York. La distancia, resulta banal en relación a lo vivido por esta fotógrafa, amante de la buena cocina y la naturaleza. Entre amores, el nacimiento de su hijo Román (hoy adolescente), sus estudios y las ganas de reinventarse, Ana se hizo su lugar en un ámbito público y necesario para miles de ciudadanos ávidos de cultura y necesidades.
“Trabajo en la biblioteca pública de Yonkers un espacio muy vivaz, donde damos servicios sociales, proveemos computadoras y acceso a internet por tiempo indefinido, a gente que vive en condiciones precarias”, cuenta a El Agora.
Como a todo el mundo, la pandemia modificó los hábitos de aquellos que dedicaban su tiempo a la lectura, hacer consultas, comer o simplemente descansar todas las horas que fueran posibles. Gantzer trabajó sin cesar hasta el 13 de marzo cuando se dictó la cuarentena. “Una semana antes se empezó a vaciar, voluntariamente la gente había dejado de venir. Fue llamativo porque muchos por necesidad dedican gran parte del día a la biblioteca”.
De esos días extraños, rescata la jornada donde el canal Univisión realizó una nota sobre cómo las diferentes comunidades ayudan a los latinos. “Como en la biblioteca soy de las pocas que habla español me pidieron una opinión. Aquí el canal es muy popular, así ese día todo resultó muy masivo… Se hizo como un festejo, con gente tratando de salir en la tele para contar sus problemas, aquella jornada fue zona de contagio segura. Seguimos una semana más y después la biblioteca cerró”.
Unos días más tarde la bibliotecaria comenzó a sentirse extraña. “Empecé a mostrar síntomas y me enfermé, sospeché que podía ser coronavirus porque el fin de semana había ido a esquiar a la montaña y terminamos en una reunión con mucha gente”, recuerda. “Como hizo mucho frío nos quedamos adentro, cantando y tomando cerveza, allí una amiga se enfermó primero”, amplía. La víctima del Covid19 trabajaba en un hospital donde ratificó la noticia. “Como ella es asmática, le dieron oxígeno, me iba anunciando lo que me iba a pasar a mí, así supe que lo tenía”.
“Morir de noche”
Tres semanas duró el calvario de la argentina. “La primera y la segunda fueron las peores, pensé que me iba a ahogar a la noche, me la pasaba tomando líquidos, haciéndome baos, baños de vapor y no mejoraba”, explica precisa. “No perdí el sabor, pero sí el olfato, estaba agotada y lo único que quería era dormir. Después me di cuenta que me tenía que mover para que no se me llenen los pulmones de líquido”, asegura. Pero Ana no se ajustó sólo a la medicina tradicional. “Desde Argentina me hicieron reiki, también otra amiga en Tailandia. Comencé con yoga, a estirarme y hacer ejercicios de respiración y ahí empecé a mejorar. ‘Zafé’, me dije”.
El ánimo igual se vio diezmado por el contexto. “Varios conocidos de la comunidad fallecieron y otros que pensamos que habían muerto sobrevivieron”, comenta quien lloró a un amigo que estuvo en coma durante 20 días. “Me llamó hace una semana desde el hospital, lo tienen ahí tratando de reintegrarlo”. En plena recuperación, Román cayó en desgracia. “Cuando se me estaba yendo el virus, se lo agarró mi hijo, él fue quien me traía los tés, me daba de comer y me ayudaba. Por suerte sólo fueron tres días. Con él hice el tratamiento que me había ayudado y enseguida estuvo mejor”.
Por “primeriza”, Ana debió esperar un tiempo para poder hacerse el test. Luego del resultado la llamaron para su seguimiento. “Creo que el estado de Nueva York respondió lo mejor posible”, dice quien sostiene que la cuarentena frenó una desgracia mayor.
En su evaluación informa que en Queens, la ciudad donde vive el padre de su hijo, la pandemia pegó fuerte. “Ahí hay mucha gente que piensa que lo tuvo y lo pasó muy rápido, los que se hacen el test anticuerpos salen negativos. Es todo muy mental, la percepción y el miedo tienen mucho que ver”, asume en relación a aquellos que debieron seguir trabajando.
“Acá no cerraron todo como en la Argentina, la gente no fue muy obediente, muchos no pueden. También hubo mucho idiota, que fue a reuniones, a fiestas o que pensaron que eran invencibles y no les iba a pasar”. Su enumeración resuena casi como un karma global: “Gente que no quería usar la máscara y se la agarraron, lo peor de todo es aquella que contagia sin saberlo”.

Aunque rescata la decisión del alcalde, Gantzer reconoce que para la clase trabajadora el tema es más complicado. “Es muy diferente para quienes viven en casas con cinco personas en una habitación de aquellos que cuentan con dos casas”, ejemplifica. Así, Ana y su pareja vieron cómo se transformó la zona de esquí durante la “época del barro”, tal cómo se define a esta etapa del año. “De golpe las casas del fin de semana se llenaron de lucecitas. Pensando en la salud y el distanciamiento, unos cuantos eligieron mudarse”.
Federalismo sí, Trump no
Hay una distinción entre los gobernadores y el alcalde neoyorkino del hombre más polémico del planeta. “En cuanto al país, creo que la administración de Trump es medio espantosa, irresponsable e idiota. Un horror; pero dentro de todo, gracias al federalismo se tomaron ciertos recaudos. A nivel nacional ha sido un desastre, no hace falta mucho para darse cuenta al ver al presidente por todos lados haciendo campaña”.
La descripción se extiende a lo económico. “un desastre inmensurable, alguna gente siguió cobrando, yo tuve la suerte de cobrar mi sueldo, pero los que están perdiendo son los trabajadores de servicios, de restoranes, de la alimentación, eso se supone que cuando se reabra podrán poder tomar otros empleos pero muchos negocios seguirán cerrados”.
Quien celebra su labor social desde una de las zonas más humildes de la Gran Manzana sostiene que los pequeños comerciantes no van a sobrevivir. Aunque asume las contradicciones. “Como se pagó el desempleo eso ayudó a quienes viven de las propinas. Eso al menos amortiguó la caída”, admite quien llegó a imaginar lo peor “creí que habría rebeliones por la comida, pero al final vino por otro lado”.
Ese otro lado, por supuesto refiere a las multitudinarias protestas con la consigna Black Lives Matter (‘Las vidas negras importan’) a raíz del crimen de George Floyd. La muchacha describe las protestas como “una conjunción de eventos y circunstancias que posibilitan esta oportunidad del reclamo, aunque el abuso y la desconsideración a los derechos de las minorías son desde siempre”.
Igual no disimula cierto desencanto por las reacciones generales. “Incluso en situaciones donde están con el virus, donde uno pensaría que habría más unidad y respeto a la vida”, se queja aun celebrando la voluntad de la ciudadanía por reunirse. “Estamos más divididos que nunca pero es muy energizante ver a la juventud y a los que salieron a protestar, incluso mucha gente mayor, es realmente una esperanza”.
La vuelta a la era espacial no la entusiasma tanto. “Nunca me fascinó demasiado ni la tecnología, ni la astronomía, ni los viajes por el espacio. Esta tierra es muy maravillosa y hay tanto por hacer y pelear para que el planeta sea un lugar accesible para todos”, imagina.

Volver a empezar
Por supuesto que el regreso a la biblioteca se hizo de modo virtual, “Empezamos con un montón de cosas en línea, grupos de lectura, reuniones y seminarios de manualidades, personalmente me dediqué a compartir cuentos en español para niños, cambiamos el mensaje telefónico por un cuento nuevo o poesías. Otra cosa fue diferir las llamadas de la biblioteca a nuestras casas, para hacer las búsquedas. Fue como mudar el escritorio de referencia a la cocina”. De paso, incorporó su notable talento culinario. “Armo grupos de cocina bilingües y edito videos. Ahora estoy planeando desarrollar una pizza a la soda, como la que hacía mi mamá, para que la gente cocine cosas económicas y hacer algo divertido”.
Sin embargo, en pocos días la biblioteca volverá a abrir al público. Será en julio pero con restricciones. Dos o tres personas por sala, reducción de computadoras y de asientos, para evitar que mucha gente permanezca mucho tiempo. “Siempre tengo un poco de resistencia al cambio y cuando no queda otra, me reinvento”, reconoce quien se adapta a enseñar manualidades vía zoom. El cambio no le parece tan excitante, en relación a aquellos que antes buscaban un lugar para aprender o dormir. “Uno no va a poder dar un mayor servicio”, pronostica desde el fin social de su tarea.

El remanido “lo último que se pierde”, en cuanto al mañana viene con bonus track. “Tengo esperanzas ilógicas, por otro lado se me confirma que somos unos pelotudos que no podemos coordinar fuerzas, no podemos descalificar al mal, siempre lo dejamos correr, siempre estamos ahí con las minucias” dice quien lejos está del desaliento. “No puedo dejar de tener esperanzas y ser alegre, porque la naturaleza es alegre y también porque tengo un hijo y el día que decidí quedarme embarazada, he decidido tener esperanza y luchar, por este planeta, la vida y la justicia, con el ejemplo, con el amor. Ese es mi granito de arena”, reivindica quien es experta en esto de no rendirse nunca. En su presente hay una pequeña huerta que refiere a una de sus devociones y la herencia de varios gatos, “de una muchacha que perdió a su madre por el virus y me pidió que se los ubique”, comenta. Feliz por darle el gusto a su hijo, se quedó con algunos de los siete. “Tienen tanta alegría y onda que son un ejemplo”, los describe. “Ahora sigo ayudando a esta mujer, nos quedan dos para ubicar, en un momento no pude cuidar a los míos, pero tuve amigos que recibieron a mis gatos con amor y cuidado entonces estoy haciendo lo mismo”, concluye.