Ya nadie recuerda a, Frédéric Chopin el texto del siempre recordado Roberto “Tito” Cossa, se ofrece los sábados a las 17 en la sala Teatro La Máscara (Piedras 736, CABA) y con la que se propone después de cada función un debate coordinado por un invitado especial y que se suma a la propuesta teatral.
Una casa señorial en Vila del Parque y una familia establecida sobre mandatos rígidos y sentenciados como valores incuestionables. Un padre escritor y poeta que aún añora su España natal, sufrida por la guerra civil. Una madre preocupada los avances en el estudio del piano y del idioma francés, ya que sus hijas están destinadas al triunfar en París.
Dos hermanas signadas por los amores imposibles y una espera que hace difícil oncretar un sueño de amor. Y es por la magia del teatro es que el texto hace que los personajes viajen en el tiempo, entran y salen con maestría, de una época a otra.
La evocación de una kermese y el amor a primera vista que se trunca por la guerra y las ansias de construir un mundo nuevo y la necesidad de estar allí y ser parte de ese cambio. Todo narrado desde el texto y con la notable expresión corporal de los actores y actrices que forman parte esencial del relato. Se suma la tarea eficaz de internalizar el personaje y mostrarlo en toda su dimensión.
Cada uno de esos personajes cumple y lleva adelante una funcionalidad que hace de esta historia que no esté con lo normado por la cronología, sino que “salta” de una época a otra, sin perder lo narrativo de la historia; un acierto de la dirección y la puesta en escena planteada por Norberto Gonzalo.
En esa escenografía adecuada, la casa de Villa del Parque guarda recuerdos, partidas con llantos y otras con resignación. Todo mechado con el recuerdo de Frédéric Chopin a quien se lo evoca como un Norte a seguir, mientras la vida de los ocupantes de la casona y los que pasaron por ella envejecen sin resolver cuestiones tan complejas como envejecer sin amor.
Una obra de añoranzas y ausencias presentes en la que Roberto Tito Cossa invita a viajar hacia la magia, a través de la honda espesura de la memoria, ese frágil cristal, que confunde y borra los límites entre la realidad y la fantasía. Está protagonizada por Stella Matute, Amancay Espíndola, Claudio Pazos, Daniel Dibiase, Leonardo Odierna y Brenda Fabregat y cuenta con la cuidada dirección de Norberto Gonzalo. Y con ellos se desliza una estampida de talento y trabajo y una entrega sin mezquindad al texto y a su historia.
También la hicieron posible
Diseño de escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Realización escenográfica: Norma Rolandi, Patricio Gonzalo. Realización de Bustos: Natalia Mumbru. Diseño de luces: Leandra Rodríguez. Composición musical en vivo: Gerardo Amarante. Coreografía: Mecha Fernández. Diseño gráfico: Marcelo Mangone. Asistencia de Escenario: Patricio Gonzalo. Fotografía: Ana María Ferrari – Cesar Remus. Prensa: Paula Simkin. Producción ejecutiva: Claudia Díaz. Asistencia de dirección: Christian Cominotti. Producción general: La Máscara Teatro.
Palabras del autor y el director
La historia de esta obra fue contada, en alguna oportunidad por Tito Cossa: “Allá por los 50’, cursaba el cuarto año en el colegio Nacional Sarmiento. Un día, la profesora de música, nos pidió que escribiéramos una composición sobre los 100 años de la muerte de Frederic Chopin, ocurrida un 17 de octubre. En aquellos tiempos, yo era el gracioso de la clase, imitaba a los profesores, tenía mis ocurrencias. Como se sabe, un humorista tiene que mejorar cada día su repertorio. Se me ocurrió en la composición, mezclar el 17 de octubre chopiniano con el 17 de octubre peronista”.
“Desde ya, me echaron del colegio. La anécdota, me quedó por supuesto grabada para el largo de los años, y un día, se me ocurrió aprovecharla y escribir “Ya nadie recuerda a Frédéric Chopin”. Se estrenó en 1982, plena guerra de las Malvinas, y años después se repuso en el teatro Nacional Cervantes”
En tanto, el director Norberto Gonzalo expresó: “Tito Cossa nos invita a viajar, con esta obra, hacia la magia. Lo hace a través de la honda espesura de la memoria que, en el teatro, puede convertirse en ese frágil cristal que confunde y borronea límites de realidad y fantasía. Esto me propone un tránsito dramatúrgico donde, junto a los actores, nos esté permitido obligarnos al disfrute de esas fantasías propuestas por el autor. Ratifico una vez más, mi convicción de dirigir “desde el actor”, y creyendo mucho más en la función de provocador que en la de guía, y en las devoluciones de los actores, más que en su marcación. Solamente así, disfruto de este proceso creativo, junto a una pléyade de destacados profesionales que aceptó acompañar esta versión”.